Una serie de eventos desafortunados - Iorwerth Cosmas {Africa}

Recuerdo del primer mensaje :


Poco más de dos meses habían pasado desde el asesinato del Primer Ministro y el inicio de la guerra entre muggles y magos, pero para Jane había sido como si el tiempo se hubiese detenido. En primer lugar, había perdido la costumbre de no tener algo que hacer con cierta constancia; le había dedicado los últimos años de su vida a su formación como auror y su posterior puesto de trabajo, y las veces que había tenido vacaciones de más de un par de días, generalmente se las había pasado viajando. En segundo lugar, seguía sin tener un plan para sus próximos movimientos. Así que sin tener a dónde ir ni saber bien qué hacer, se sentía bastante perdida y algunos días se le hacían eternos.

Había acudido a la casa de su madre una sola vez en todo ese tiempo, cuando se sintió lo suficientemente segura para hacerlo. Había sido una visita corta, pues no quería llamar la atención de nadie ni mucho menos poner en riesgo a su propia familia, pero no iba a quedarse tranquila hasta que no viese a su madre y a su hermano. Les pidió una y mil veces que fuesen cuidadosos y continuaran con sus vidas como si nada, y ellos le pidieron una y mil veces que se quedara. Por supuesto, los tres sabían que no podía hacerlo, no en aquellas circunstancias. Se marchó del lugar sin decirles a donde iba, en parte por su propia seguridad pero principalmente porque ni ella misma sabía hacia donde se dirigía, y se fue sin saber cuándo volvería a verlos.

Luego de enterarse de que se había empezado a dar caza a magos y brujas, Jane se había dado cuenta que ningún sitio sería del todo seguro. Decidió alejarse de la ciudad y de todos quienes la conocían, por su propia seguridad y la de los demás, y los sitios más apartados pasaron en convertirse en su refugio. Con su tienda de campaña mágica, algunas provisiones y suficiente ropa en su mochila con encantamiento súper extensible, Jane iba de un lado a otro sin quedarse demasiado tiempo en un mismo lugar. Solía resguardarse en bosques espesos o montañas solitarias, y una que otra vez se detuvo en algún pueblo mágico que le pareció lo suficientemente seguro.

Las escenas del ataque en el Ministerio la acompañaban a donde fuera que se dirigiese, y aunque le hubiese gustado decir que tenía la consciencia tranquila, no era así como se sentía. Un muggle había muerto por culpa suya, y aunque se había tratado de un accidente, como había determinado el tribunal mágico luego de juzgarla, los muggles se habían encargado de hacerla sentir como una verdadera asesina. No le parecía justo, nada lo era en esos momentos, y no podía evitar preguntarse todos los los días qué habría pasado si las cosas hubiesen sucedido de manera diferente en octubre, y si acaso su decisión de huir había sido la correcta.

Todo era demasiado incierto, y eso la frustraba. Pero sí estaba segura de una cosa, y era que debía planear alguna forma de cambiar la situación en la que se encontraba. Porque sí, había decidido desde un principio que no sería una más de los que se quedarían de brazos cruzados viendo como el mundo que conocía cambiaba por completo. Por supuesto, aquella era la meta más complicada de lograr. Siendo ahora una fugitiva y sin poder entrar en contacto con aliados, no estaba avanzando demasiado. Sabía que habrían cientos de magos y brujas inconformes con la situación actual y esperaba que fuese esa misma cantidad quienes estuviesen dispuestos a oponerse. ¿Pero cómo iban a reunirse? ¿Por dónde iban a empezar?

No tenía respuestas a esas preguntas, pero creía saber dónde empezar a buscarlas. Sabía que Hogwarts seguía siendo un sitio seguro para la comunidad mágica, aunque no sabía por cuánto tiempo más podría considerarse así. Si tenía algo de suerte, los muggles no habrían dado aún con la localización del castillo ni estarían vigilando la zona, por lo que tal vez podría encontrar allí a esos aliados que buscaba. Sin embargo, ya se habían levantado rumores de que algunos magos y brujas habían decidido colaborar con aquella nueva cacería, así que Jane debía ser muy cuidadosa a la hora de decidir en quién confiar.

Así había llegado a Hogsmeade, el lugar más cercano a Hogwarts al que podría acceder sin llamar la atención, y donde esperaba hallar algo más de información o tal vez inlcuso encontrarse con alguna cara conocida. Había una persona en particular en la que aún tenía depositadas algunas esperanzas, y ese era Iorwerth Cosmas. No quería arriesgarse a ser vista por algún indeseado, así que se había mantenido al margen del pueblo y había armado su tienda de campaña de camino a la montaña, en un sitio alejado donde había encontrado una cueva vacía en la cual refugiarse. Pasó allí una noche y a la mañana siguiente salió de la protección de la cueva para decidir qué hacer.

Era domingo y Jane esperaba que los alumnos hiciesen su visita regular al pueblo. Desde donde estaba tenía una amplia visión de Hogsmeade y sus alrededores, por lo que no tardó en reconocer a las corrozas de Hogwarts y los grupos de alumnos que bajaban de ellas. Bueno, al menos algunas cosas no habían cambiado, pensó. Sabía que podía ser un poco arriesgado, pero si se lograba acercar lo suficiente tal vez podría enterarse más de cerca de lo que estaba ocurriendo en el colegio, quizás incluso hablar con algún estudiante personalmente. A fin de cuentas, no tenía enemigos en Hogwarts. Nunca los había tenido.

Tras reordenar sus cosas y echarse el bolso al hombro, bajó por la desolada ladera hasta llegar al camino de tierra que conducía al pueblo. Se había sentido tranquila desde que había llegado allí, suponía que inconscientemente seguía asociando ese lugar con buenos recuerdos de su época de colegio, pero a medida que el camino se iba ensanchando y empezaba a notar más movimiento y escuchar las voces de la gente, no pudo evitar comenzar a preguntarse si era buena idea hacer aquello a plena luz del día. Bueno, ya había llegado hasta ahí y tenía que intentarlo. Se acomodó el cuello del abrigo intentando cubrir un poco más de su rostro, pero sin que fuera demasiado llamativo, y cuando divisó a un grupo de chicos en una de las calles, se acercó hacia ellos.

Fue entonces cuando sintió una presencia a sus espaldas, pero antes de poder reaccionar, una mano le tapó la boca y mientras Jane sacaba su varita, la familiar sensación de la desaparición se apoderó de su cuerpo. Al segundo después sus pies tocaban un suelo diferente, y tras separarse de su captor se giró con la varita en alto y lista para atacar. Por supuesto, no había esperado encontrarse con esa persona al darse la vuelta.
-¿Cosmas? -preguntó estúpidamente mientras bajaba la varita, como si no lo reconociera. Por supuesto que lo hacía, pero su aparición había sido demasiado imprevista y la sorpresa podía notarse en el rostro de la chica.

Los gorilas se alejaron lentamente luego de un rato, y Cosmas esperó a que estuvieran lejos de su alcance antes de incorporarse. Jane siguió con la mirada al grupo hasta que desaparecieron entre los helechos, con un silencio y delicadeza increíbles para animales de ese tamaño. Continuarían con sus sencillas vidas, sobrellevando sus propios desafíos. Era bien sabido el delicado estado en el que se encontraba la mayoría de las poblaciones de gorilas en África, siendo perseguidos y cazados hasta el día de hoy. Jane jamás habría imaginado que su propia vida tendría semejante paralelismo con la de otra especie.

El lobo gris volvió a transformarse en humano y Jane también se puso de pie siguiéndole a poca distancia. Se acercaron hacia la serpiente, que se escondía entre el follaje camuflándose casi a la perfección, y no se movió al verlos, parte de su estrategia para evitar depredadores. Cosmas sacó su varita mas no lanzó un hechizo de inmediato. Las miradas de ambos se cruzaron y Jane entendió en la expresión del mago que aquello no iba a ser precisamente agradable. La maldición asesina acabó con la serpiente al instante y su cuerpo ahora inerte cayó de las ramas a los pies de su captor.

Jane espiró silenciosamente, dándose cuenta sólo entonces que había estado conteniendo la respiración por un momento, y un escalofrío recorrió su espalda. Escuchó las palabras de su antiguo mentor sabiendo que no había forma de refutar su fríamente analizada lógica. Sin embargo, como maleficio imperdonable, no era un hechizo fácil de digerir. Fue justamente aquello lo que la devolvió a la realidad, pues durante las últimas horas se había sentido casi como en un sueño, con tanta información nueva y descubrimientos inesperados.

Pese a todo, su pregunta le hizo sonreír.
-Un baño de verdad suena increíble -admitió-. No me he dado uno de esos en semanas… Oh, pero me he mantenido limpia de otras formas, claro -se apresuró a decir torpemente por si quedaban dudas, ya que sus palabras podrían malinterpretarse.
Se detuvo por un momento a contemplar el paisaje que les rodeaba, el sol ya empezaba a bajar y los tonos del cielo perdían algo de intensidad.

-Cuando todo esto termine, recuérdame que me tome un año sabático para ver algo más del mundo -dijo medio en broma, medio en serio, y el eco de aquellas palabras resonó en su mente por un buen rato: “cuando todo esto termine”. ¿Cuánto tiempo iba a pasar hasta entonces? ¿Volvería a trabajar como auror?¿Llegaría a ese día viva? Por un segundo, la idea de quedarse allí, al otro lado del mundo, no resultó poco tentadora. Pero esa no era una opción, no realmente.

Volvió a mirar a Cosmas, sabiendo que dependía de él para que pudiesen aparecerse en su casa. Aún le costaba creer que era allí a donde se dirigiría, después de haber estado vagando sin destino por lo que se sentía como una eternidad. Pero, de todas las vivencias que había tenido aquel día, aquello no era lo más increíble de aceptar. Necesitaría algo más de tiempo para terminar de procesar todo lo que había visto y escuchado en las últimas doce horas. Aún sentía las palabras de Kar y Tasha con claridad.

-¿Qué…? -empezó a preguntar, pero cambió de opinión. Tal vez ya se había enterado de suficientes cosas por un solo día. Tal vez no estaba preparada para más información, a pesar de todas sus dudas. Tal vez, en el fondo, tenía miedo de saber más. Por supuesto, todas estas cosas pasaron por su mente de manera inconsciente, y su pregunta cambió de dirección instintivamente, como siendo llevada por una fuerza interior que intentaba protegerla.
-¿Qué necesitaría saber para aprender a hacer magia sin varita? ¿Podrías enseñarme? -terminó su pregunta al fin, observando a Cosmas con genuina curiosidad.

Una breve sensación de agradable nostalgia la invadió cuando Cosmas la llamó por su apellido, haciéndole sonreír por un instante al recordar aquella época no tan lejana en la que habían trabajado juntos como aurores. Por un instante deseó que aquella fuese otra más de sus misiones y que una vez resuelta podrían celebrar su éxito y ganarse unas cuantas felicitaciones de parte de sus colegas, en un mundo normal donde todo era como se suponía que debía ser. Pero la realidad había cambiado completamente y nada volvería a ser lo mismo de antes.

Asintió al escuchar la explicación de Cosmas respecto a la magia sin varita, algo en lo que Jane no había pensado demasiado en el pasado. Efectivamente, estaba tan acostumbrada a realizar todos los hechizos con su varita que le costaba imaginarse sin ella. En Hogwarts y otras escuelas de magia los niños empezaban a familiarizarse con su varita incluso antes de entrar al colegio, por lo que se desarrollaba una relación de dependencia a pesar de que, como decía Cosmas, todos habían pasado por una fase en la que no la necesitaban.

Intentó imaginarse a un Iorwerth adolescente siendo acosado por sus compañeros por no poder hacer magia sin varita y la idea le pareció demasiado lejana a la imagen actual que tenía de él, algo que de cierta forma le generó intriga. Pero algo le decía que tendría más oportunidades en el futuro para aprender más acerca del pasado del irlandés. E, idealmente, también acerca de la magia sin varita.

Jane se acercó para aferrarse del traslador luego de que Cosmas lo hubiese preparado y dio una rápida última mirada a su alrededor antes de desaparecer para regresar a Gran Bretaña.
-¿Un gato? -preguntó con una mezcla de asombro y diversión-. Nunca te imaginé como alguien que tiene mascotas -admitió-. Pero no, no soy alérgica -le dijo antes de escucharle hablar sobre su padre y la delicada situación respecto a la ubicación de su casa. La seriedad del asunto podía sentirse tanto en las palabras y la mirada de Cosmas, como en el mismo ambiente. Aunque sus palabras eran duras, Jane estaba familiarizada con aquel trato y había aprendido hace mucho tiempo a tomarse en serio todo lo que el ex-auror decía.

-Entendido. No dejaré que nadie se entere -le aseguró con la misma seriedad. Ahora que sabía todo lo que estaba en riesgo con su improvisada mudanza a la casa de los Cosmas, se sentía realmente en deuda.

-Gracias por traerme hasta aquí -le dijo aún mirándole a los ojos, sabiendo que no era la primera vez que le agradecía ese día-. No cualquiera abriría las puertas de su casa a una fugitiva en estas condiciones. Espero que a tu padre no le choque mucho la idea -entrecerró los ojos brevemente al recaer en aquel punto-. No sé qué clase de trabajo te mandan a hacer, y algo me dice que no va a gustarme la respuesta, pero si puedo ayudarte en algo, a ti o a tu padre, sólo tienes que decirlo. No quiero arriesgar a nadie, por supuesto, pero quiero ser útil -explicó sabiendo que tendrían tiempo suficiente para discutir lo siguientes pasos una vez instalada, pero ahora que ya no estaría sola, sus esperanzas de poder hacer algo para cambiar la situación habían aumentado considerablemente.

-Solíamos trabajar bien juntos, ¿no? Sé que todo ha cambiado y que no será precisamente como en los viejos tiempos, pero también estoy segura de que podríamos lograr grandes cosas, incluso ahora -podrían tacharla de ilusa, pero su reencuentro con Cosmas realmente la había ilusionado, y quizás era justamente algo de ilusión lo que se necesitaba para seguir adelante luego de todo lo que había pasado.

La expresión de Jane cambió al escuchar a Cosmas señalando su error y explicándole cómo funcionaba el encantamiento Fidelio. Frunció el ceño en un gesto de frustración, no por la dureza de las palabras del ex-auror, sino por la obvia verdad detrás de ellas. Debía volver a enfocarse en lo que realmente importaba y asegurarse de no cometer más errores. Ya no se encontraban en una situación en la que podía darse ese lujo.

Siguió a Cosmas en silencio a través del bosque mientras sentía como los pequeños copos de nieve se derretían en su rostro. En un principio parecía que caminarían entre los árboles sin un destino en particular, pero el escenario frente a ellos no tardó en transformarse, dando paso a un casi imperceptible sendero que cada vez se iba haciendo más amplio. Conforme avanzaban la impresión de Jane aumentaba, no sólo por el efecto del encantamiento que ahora se dejaba ver, sino porque el lugar era además muy tranquilo y apartado, como si ninguna otra alma se encontrara cerca.

Llegaron hasta una laguna donde un largo muelle apareció frente a ellos, conectándolos con la casa de los Cosmas que ahora se erguía frente a ellos a ya no mucha distancia. El irlandés le advirtió que caminara con cuidado un segundo antes de que Jane pisara en falso y perdiese el equilibrio por un momento, volviendo a plantar los pies de forma correcta antes de caer al suelo. Fingió que observaba algo a orillas del agua con cierta vergüenza antes de que Cosmas la invitase a entrar a su casa.

Jane se adentró detrás de él y observó su interior con curiosidad mientras Cosmas se acercaba a la cocina. Una voz desconocida se les unió entonces y Jane desvió la mirada hacia el aludido. Estiró su brazo para estrechar la mano de Antoline con una sonrisa de agradecimiento que se ensanchó cuando el viejo le besó la mano, un gesto que le parecía adorable aunque fuese de otra época.

-Jane Penderwick, encantada -se presentó antes de que Antoline bromeara efusivamente y se largara a reír, y ella también lo hizo, aunque con cierta confusión, pues no había contado con ese tipo de recibimiento. Además, aunque nunca se había puesto a pensar detenidamente cómo sería el padre de su antiguo maestro, no se lo había imaginado tan cálido, expresivo y diferente a su hijo.

Su mirada volvió a posarse en Iorwerth cuando volvió a hablar, sorprendiéndose de la descripción que usó para ella pues no era común recibir ese tipo de cumplidos de su parte, especialmente luego de tanto tiempo. Tuvo que morderse los labios para ocultar una sonrisa quizás demasiado satisfecha, pero no dijo nada al respecto.

-Gracias por recibirme -dijo finalmente, dirigiendo su mirada a ambos Cosmas. -Han sido unas semanas difíciles y se siente realmente bien volver a estar en un lugar acogedor y seguro. Prometo que seré una buena invitada -aseguró con una sonrisa. Luego miró a Antoline-. Iorwerth me contó que usted es pocionista, señor Cosmas -sentía que quizás era demasiado temprano para llamarlo por su nombre-. Pociones no es precisamente mi fuerte, pero si puedo ayudarle en algo, me vendría bien refrescar mis conocimientos -rio brevemente hasta que sintió una suave presión a sus pies.

-Oh -bajó la mirada hacia el gato que se refregaba contra sus piernas, algo sorprendida no tanto por su presencia sino por su aspecto, pues no era precisamente el gato más agraciado que había visto. Aquello le pareció demasiado gracioso, pues para alguien como Cosmas imaginaba un gato negro y esbelto de mascota, y en cambio a sus pies tenía un animal peludo de cara achatada-. ¿Y este es…? -preguntó mientras se agachaba para acariciarle.